COMPETENCIA, SIN DISCURSO DE ODIO

Victor S. Peña

Avanzando las campañas para la renovación de las autoridades municipales en Hermosillo, y un poco por la manera en que las cosas parecen desenvolverse tanto en lo nacional como en las campañas a la gubernatura, vale la pena alguna reflexión sobre los mensajes emitidos en campaña y la construcción de una mejor ciudad.

A nadie debiera asustar la tensión que, como consecuencia natural, viene con la contienda electoral. Las diferentes candidaturas habrán de aprovechar el tiempo, espacios y recursos a los que pueden echar mano de acuerdo con lo legal para diferenciarse del contrincante: eso, en principio, son las campañas. Lo normal es que uno quiera diferenciarse de los otros para volverse más visible y atractivo al ojo del electorado. Por acá todo bien, sin novedad.

Lo complicado comienza a presentarse cuando las propuestas no logran llamar la atención o la candidatura tiene más agujeros que una coladera y no queda más que construir una narrativa de campaña destacando la paja del ojo ajeno para distraernos de la viga en el propio.

Incluso en este nivel, la cosa no debe sorprender demasiado: las restricciones presupuestales, la arquitectura normativa y las inercias en las organizaciones públicas provocan que las propuestas viables sean mucho menores en tamaño e impacto de lo que nos gustaría reconocer. Por eso, con algunos chispazos de creatividad que valdría la pena señalar, más o menos todas las candidaturas ofrecen lo mismo. Y de los métodos y procedimientos para decidir candidaturas no hablemos pues, salvo excepciones, uno se queda con la pregunta de si no había mucho de dónde escoger. En fin.

Frente a esto, el camino fácil y más recorrido es subirle al tono del discurso para destacar que el de enfrente es peor… o que el de acá es menos peor. Ya cada uno, escoge.

Lo que se ha visto recientemente es, sin embargo, algo diferente. La línea entre la competencia y el odio es muy delgada; debemos estar atentos para no caer en juego. Sin que pueda decirse (todavía) que ya está sucediendo en Sonora, lo nuevo en algunas campañas electorales es basar su estrategia en un discurso de odio, que divide, que polariza. Alerta.

Porque una cosa es que al calor de las elecciones se señalen faltas o características negativas del contrincante, lo cual puede ser incómodo pero hasta cierto punto tolerable, a otra muy diferente que es engendrar la división de la sociedad poniendo a unos contra otros. Esto sí no se debe permitir.

Polarizar para ganar simpatías y contagiar una visión de “buenos” contra “malos”, “ricos” contra “pobres”, “pensantes” contra “ignorantes” (y un largo etcétera) son la semilla de una planta que no nos gustará ver florecer. 

Se trata -por complicado que es entenderlo- de estar alertas y no tolerar al intolerante. Aquello que ya, en 1945, Karl Popper identificaba en su libro “La sociedad abierta y sus enemigos” como “La paradoja de la tolerancia”: si no estamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de la intolerancia, el resultado será la desaparición de la tolerancia.

Se trata de comprender que quien divide en campaña, difícilmente podrá sumar ya estando en el gobierno.

La competencia es bienvenida; las propuestas se esperan. La tensión en un proceso competitivo, se comprende. Lo que no se debe tolerar es que, al calor de la contienda, dejen a una comunidad con heridas que difícilmente puedan sanar.


Doctor en Políticas Públicas, Profesor investigador en El Colegio de Sonora; integrante del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 2. Miembro del Comité Técnico de Hermosillo ¿Cómo Vamos?